Este mes, como cada agosto hemos tenido la oportunidad de contemplar esa lluvia de meteoros popularmente llamada Lágrimas de San Lorenzo, y científicamente Perseidas, pues es desde esa constelación, Perseus, que de forma radial cruzan el firmamento.
Aunque el fenómeno dura más de un mes, este año la noche mágica, la de más intensidad se situaba en el 12 de agosto. Por la experiencia de otros años aproveché el cielo límpido de las noches del 9 y el 10 para observar el fenómeno, protegido de los mosquitos, y contemplar el firmamento, ya no solo en busca de esa estela mágica, pues el espectáculo de una noche límpida ya es de por sí merecedor de trasnochar. Y les sorprendería como con unos simples prismáticos, donde solo se ve una estrella aparecen decenas de ellas tras de sí. Y así pasan los minutos, y las horas, y de vez en cuando...¡premio!
el momento mágico.
-¿Tú la viste?
-Sí, sí, la ví, cruzó por allí...
Así llegó la noche del 12, y la noche más mágica, para variar, se vió mermada por un telón de nubes bajas, que hacían absurdo estar bajo el ataque de los pequeños vampiros. Y
el momento mágico se perdió en el tiempo, para nunca más volver.
Esto me recordó que hacía unos días...
Subía la Bipper carretera arriba, tras dejar atrás el Pont del Diable, remontando el puerto que lleva de Martorell a Terrassa, la antigua Egara romana. Afrontaba con dificultad su atrevida pendiente, mientras me dejaba engullir bajo una oscura nube, de esas que traen fugaces tormentas de verano. De las que atrapan la luz y someten a la tierra a una especie de penumbra, oscureciendo el verde del bosque y el gris del asfalto.
Mis cejas se elevaron, y redondearon mis ojos al otear el alto horizonte de las colinas del norte, sobre las que nacía, contrastando ese cielo oscuro,
el arcoiris más intenso que jamás recuerdo haber visto.
Sorteé las curvas, conmocionado por esa ilusión óptica. Por una imagen que parecía irreal, como si alguien la hubiese trazado sobre un lienzo.
Estaba cerca de la cota de la primera colina. Allí podría detenerme, con más perspectiva e inmortalizar ese capricho lumínico.
Me detuve apresurado justo en el cambio de rasante más alto. Bajé del auto, "cámara" en mano, y corrí hacia un pequeño turón. Pero mis piernas fueron ralentizándose, al tiempo que levantaba la cabeza, y desdibujaba una amarga sonrisa. Finalmente me detuve, con los brazos ligeramente abiertos, sin soltar el móvil, dejándome azotar por los remolinos de viento que dejaban la resaca de la tormenta. Y me sentí un indigno hijo y nieto de fotógrafos.
Había subido tanto que la luz había cambiado. El cielo se había aclarado, y
el momento mágico había quedado atrás.
Ahora podía ver un débil y pequeño arco formando un completo semicírculo, incluso descubrir, desde mi nueva ubicación, como llegaba a convertirse en dos.
Pude ver cruzar el cielo a un avión, a punto de sobrevolar el arcoiris. Y lo cacé, con la fustración de haber perdido ese momento que solo quedó grabado en mis retinas sobre fuego.
Y recordé la vida, esa vía sin apeaderos, donde los trenes pasan una sola vez, sin detenerse. Donde ese
momento mágico puede resultar vital, o condicionar tu futuro. Un camino que hay que saber interpretar, sin perder la atención, para tener la agilidad de abordar la locomotora adecuada, siempre en marcha, pues ella nunca se detendrá por tí.
Por suerte, momentos mágicos hay muchísimos cada día, solo que la mayoría escapan a nuestra percepción. Tal vez estemos demasiado distraídos como para detectarlos. Quizás la vida moderna es una cortina de humo que no nos deja ver, incluso a veces se nos olvida, que vivimos en un mundo maravilloso.
PD: Si les apetece compartir sus momentos mágicos, les invito a hacerlo en los comentarios.
Un abrazo a tod@s.
Fotografias de pijamasurf y wikipedia