Llegamos a Lloret de mar, tristemente famosa por el turismo juvenil europeo de "low cost". Pero que a nadie se le olvide que ahí empieza la Costa Brava, esa infinidad de calas que recorren el litoral, llegando más allá de Cadaqués, hasta Portbou. Donde las pinedas bajan a bañarse al Mediterráneo, soportando la fuerte Tramuntana, en una salvaje comunión. Y las aguas cristalinas descubren los numerosos bancos de peces que exploran el fondo de la costa, rocoso y rico en vegetación.
-Tiene que ser por aquí.-afirmé, mientras tumbaba la rotonda por segunda vez.
Al salir de ella, un grito me hizo frenar en seco.
-¡Eeehhh...!
Asomé la cabeza por la ventanilla, buscando en lo alto esa voz. Eran Maite y Ramón, que nos hacían señales, asomados desde una terraza. Una gaviota volaba sobre sus cabezas, en dirección al mar.
-Aparca aquí debajo, que no pasa nada...
Subimos al apartamento, y tras la visita de cortesía entramos al dormitorio.
-Aquí lo tengo- dijo Maite.
-¡Mmmhh...! ¿Éste es el sillón que querías tapizar? Me alegro de haber venido.
-Hombre, es bueno...- confirmó.
-¡Bueno? Sí, claro...-contesté, mientras ganaba tiempo para escudriñar la pieza.
Me acerqué, con prudencia, a un mueble que parecía estar desafiándome, que erguía del piso de madera, sólido, elegante, con un tono chulesco. Las patas delanteras parecían los pies de una bailarina, que de puntillas, pretendía crecer.
Activé el zoom, cual Sherlock Holmes, pero sin lupa.
Todo el vivo y los contras estaban cosidos a mano, incluso los brazos con las orejas. Los rellenos mantenían su firmeza, el armazón se intuía sólido, de una pieza. Muelles en el asiento y en el respaldo, todo perfectamente casado con las rayas de un bonito azul...
Seguidamente lo caté, y pude comprobar lo que ya sabía, que era comodísimo.
Así, con la firmeza de un rey en su trono, dictaminé:
-¡Esto es un butacón con solera!
Me puse manos a la obra, a tomar medidas para saber el metraje exacto que necesitamos de tela.
Esto se hace midiendo pieza por pieza, para luego trasladarlas mentalmente a un presunto rollo de tela y poder sacar los metros lineales. Las rayas conllevan un desperdicio, al tener que casarlas. Esa merma varía según la anchura. En este caso es un veinte por ciento. En liso se llevaría cinco metros, pero necesitamos seis.
Al terminar salí a la terraza, donde los catálogos de telas ya tapizaban toda la mesa, con el vocerío creciente de todos los que habíamos sido invitados a comer aquel día.
La elección de la ropa cuando hay mucha gente puede ser muy divertida, a la vez que caótica. Y ahí entra el tapicero para poner orden.
-Maite, yo, para hacerte precio de familia, te pongo la tela a precio de coste, ¿ vale?.
-No, no! Tú me cobras lo que me que tengas que cobrar.-respondió.
-No, lo hacemos así, pero...-titubeé mientras retiraba muestrarios con ímpetu.- estos ni mirarlos.
-No esperaba encontrarme con este sillón, si no, hubiese traído algo más- le dije en tono de disculpa mientras le dejaba dos únicas perchas sobre la mesa de teca. Un rayón y un terciopelo.
-Haz el esfuerzo y vístelo con una buena tela. No te arrepentirás.
Ella cogió las muestras, se levantó y desapareció en dirección al dormitorio.
-Bueno, vamos a ver esa calita de la que nos habéis hablado, ¿no?- le pregunté a Ramón.
-¡Hombre, y tanto! Tengo gafas de buceo para todos.
Las muestras volvieron a caer sobre la mesa, con una de ellas marcada con un imperdible.
-Quiero ésta.
Un trabajo aparentemente sencillo llevó más horas de las esperadas. Los firmes rellenos de crin, la tela rígida y el estar sometido a la raya, obligaron a tener que hilar muy fino. Sobretodo en esa unión de respaldo, brazo y oreja.
Estaba tan lleno que apenas había espacio para los entretelajes, incluso carecía de ellos en algunas zonas. Podemos decir que es un macizorro, en un modo literal.
Al final no me pude escapar y tuve que cerrar a mano el cosido, tal y como estaba en su origen.
Mientras, él se mofaba, con sonrisa pícara, complaciente de haberme hecho pasar por el aro.
Y lo convertimos, del azul del mar al dorado del sol. Para devolverlo a Lloret, y de paso darse otro chapuzón.
Aunque bien podría ocupar un rincón en la mejor de las casas. Un saludo.