Crucé la Plaça de la Vila de Martorell, como siempre, alzando la vista en sus fachadas, mientras pisaba el adoquinado que cubre un punto neurálgico, que recuerda tiempos pasados de una localidad que ya formó parte de la Via Augusta de la Barcino romana.
Llegué a una puerta acristalada, de grandes dimensiones, y piqué al timbre.
Un señor mayor bajó a abrirme, y me invitó a pasar.
-Ara baixa la mestressa-me dijo con voz cansada, pero firme.
Era un espacioso rellano vestido de piedra, con una ancha escalera que se perdía en el primer piso.
Olía a casa antigua, terriblemente fresca, aunque el verano ya derretía las calles durante el día.
Era un olor muy semblante al que recuerdo en mi infancia, en casa de mis bisabuelos, en el pueblo de Begues. Es de esas fragancias que se conservan en la memoria, y que aún hoy puedo sentirlas, y al volver a encontrarlas abren la caja de los recuerdos de las sensaciones de cuando uno aún era un pequeño mocoso que no sabía nada de este mundo.
El rellano estaba completamente vacío, y sus paredes desnudas. Solo había cuatro sillas, alineadas en un costado, que parecían estar esperándome.
Al cabo de unos minutos apareció al final de la escalera una anciana, que con lentos movimientos parecía querer afrontar esos antiguos y desiguales peldaños. Después de saludarme, bajó lentamente los escalones.
Al llegar al último, levantó la cabeza, y a pesar del cansancio, me dedicó una tierna sonrisa, mientras su brazo izquierdo se abría, y su mano abierta me mostraba ese único rincón amueblado.
-Estas sillas tienen más años que yo...-me dijo, mientras cortaba la frase sin desvelar su edad.
-Bueno, eso es que son buenas, y además muy bonitas-le contesté, mientras le devolvía la sonrisa.
-Sí que lo son, aunque la rejilla ya está rota. Nosotros estamos muy mayores, y habíamos pensado que quizás se podrían tapizar, porque nos resultan ya muy duras.
-Sí, claro que se puede-le contesté.
El hombre irrumpió en la conversación, con ímpetu, como si tuviera una pregunta guardada.
-Pero la espuma será buena, ¿no? que no se chafe.
-No se preocupe, le pondré una espuma de calidad-le dije.Aunque siempre la pongo, pero era para que se quedara más tranquilo.
-Que tardará mucho, joven?-volvió a incurrir ella.
No, las tendré listas en un par de días.
-Ah, que rápido.
Así, cogí las sillas y salí a la calle, para cargarlas en la furgoneta.
-Adéu siau, noi!-gritaron los dos, mientras esperaban en el umbral de la puerta a que mi Beeper y yo desapareciéramos por el final de la calle.
Ya en el taller, las cinché, le coloqué espumas de 30 kilos de densidad, y una espumita de 1 cm para suavizar el perfil. Las tapicé en la polipiel elegida y terminé con galón. Dejé la madera vista en el frontal y el lateral, porque entiendo que si los hubiera forrado, las sillas habrían quedado extrañas, y el extenso tapizado habría hecho perder sutileza a estas pequeñas ancianas.