Hola a tod@s. Hoy les muestro una pareja de sillas que empiezan a oler a añejo, desafiando al paso del tiempo con cierta soltura, desde su humilde rincón, sabiéndose lóngevas siempre que los herederos de sus constructores les hagan una puesta a punto cada cierto tiempo.
Así los tapiceros, como los cirujanos en las personas regeneramos sus órganos vitales y les cambiamos la piel, y junto a los traumatólogos, a los ebanistas y los barnizadores, a los restauradores de muebles creamos una especie de fuente de la juventud eterna que si no es infinita, sí puede alargar su esperanza de vida varias generaciones humanas.
El cliente nombró varias veces la palabra vintage, que cada día tengo más presente, mientras ojeaba telas... Le presté unos cuantos muestrarios a su elección, con la esperanza de ver a estas maduritas a todo color.
No fue así, y las muestras volvieron al taller para seguir escondiendo su colorido en los estantes, mostrándose tímidamente en las perchas, esperando tener una nueva oportunidad en Primavera.
Ellas se fueron satisfechas, contentas con su nuevo traje. Yo me limité a hacer mi trabajo lo mejor que pude, como siempre, pero mi anhelo colorista me dejó con una sensación amarga.
Quizás es que el invierno es muy largo, y uno ya tiene carencia de la vitamina del color.