Hola a tod@s. Hoy les vengo a mostrar una pieza de esas que recuerdan los orígenes, de donde venimos, como eran las cosas antes de que la tecnología cambiase el modo de hacer de prácticamente todo.
Y soltamos el acelerador de la máquina de coser, escondemos las espumas, las cinchas, la cola, toda esa química que se ha infiltrado en el día a día. Cogemos las agujas pinchadas en el saquito de la pared, sacamos de paseo los ovillos de cáñamo y pita, deshacemos alegremente el rollo de yute, y el olor a cuerda invade el aire, mientras uno se embriaga de sus aromas y matices.
Isabel se presentó sin avisar, bajando ágilmente de la furgoneta y plantándose frente a mí, casi sin darme tiempo de reacción. La observé, con asombro, y mis pupilas dibujaron las curvas imponentes de la caoba, que custodiaba ese bosque tejido que debía desaparecer.
Tras unos días por el taller, y a pesar de que no era su turno, decidí meterle mano. La verdad es que le tenía ganas y la impaciencia me pudo.
La curiosidad me aporreaba, quería ver que había más allá de esos pajaros que llevaban cantando tantas primaveras. Necesitaba valorarlo y saber a qué me enfrentaba.
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Aparte del trabajo extra y gratuito que supone el regalito que el simpático señor de la tela verde nos dejó con todo su cariño, me parece una falta de respeto hacia el mueble trabajar de esta manera. Y una falta de respeto al oficio, y a los que vienen detrás.
Esa frontera entre el tejido y el barniz había sido violada y ninguneada...
¿ésto cómo lo arreglamos?¿con photoshop?
Visto esto, el sofá necesitaba una dosis extra de cariño.
Con su alma herida parecía estar gritando: Tapízame...
Y tiempo hubo para darle, ya que la tela de GP&J Baker tardó tres meses en llegar.
Vino para pasar las Navidades y se quedó el resto del invierno. Aunque por mí, se podría haber quedado para siempre. Cada mañana al pasar por delante Isabel me miraba, desnuda, con su alma herida y sus ojos esperanzados. Siempre obtenía la misma respuesta.
-Debes tener paciencia. Ya sabes, los ingleses van a su ritmo...
Como por su vejez había adquirido esa cualidad, esperó y obtuvo su premio, sabiendo que todo tiene su momento.
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Y el suyo había llegado.
Las rayas vuelven a ser protagonistas, contrastando con sus líneas rectas, que visten un cuerpo carente de ellas. Creando un efecto de tensión, una batalla en la que las curvas consiguen doblegar y serpentear a las rayas. Y es que Isabel no es un mueble cualquiera. Tiene mucho carácter.
Se terminó con doble vivo a petición del cliente. Primero cosido, y luego grapado entre los dos cordones, para que quede cerrado.
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La furgoneta volvió a asomar por la puerta. Ella se subió, sin despedirse, y desapareció tras los portones tintados. Volví a entrar al taller. Parecía vacío, desdentado. Volví a sacar las espumas, las cinchas, la cola, y guardé las agujas en el saquito de la pared, mientras el olor de Isabel se iba desvaneciendo, y mi conciencia regresaba de un viaje al pasado...