Ahí estaba, inmóvil, herida, temblorosa. Mirando hacia dentro, más allá de esas puertas azules. Parecía que iba a arrancar a llorar, consciente de su inquietante destino.
Supongo que no entendía muy bien el porque de esa situación. La razón de que hubiera sido abandonada frente a aquel lugar lleno de muebles rotos, desmembrados. Quizás era el fin, tal vez aquel desgüace acabase por convertirla en un tablero de aglomerado. O fuese pasto de las llamas, avivando un fuego del ya inminente invierno.
Ella que siempre había sido fiel, sumisa, callada. Nunca puso malas caras, ante las barbaridades de los pequeños de la casa. Nunca negó el descanso del invitado, refugiada en aquel recibidor, junto a la escalera de lo que sentía su propia casa. Habían pasado muchos años desde que aquella mujer la miró a los ojos, y tras esbozar una tierna sonrisa exclamó: ¡Me la llevo!
Sí, mucho tiempo pero aún podía recordar con claridad a la pequeña Clara sentada en su regazo calzándose las botas los días de lluvia. Y al abuelo Matías, que siempre descansaba unos minutos cuando regresaba del paseo. Un día de verano estuvo cerca de una hora. Luego desapareció por esas escaleras. Nunca más lo volvió a ver.
Supongo que no entendía muy bien el porque de esa situación. La razón de que hubiera sido abandonada frente a aquel lugar lleno de muebles rotos, desmembrados. Quizás era el fin, tal vez aquel desgüace acabase por convertirla en un tablero de aglomerado. O fuese pasto de las llamas, avivando un fuego del ya inminente invierno.
Ella que siempre había sido fiel, sumisa, callada. Nunca puso malas caras, ante las barbaridades de los pequeños de la casa. Nunca negó el descanso del invitado, refugiada en aquel recibidor, junto a la escalera de lo que sentía su propia casa. Habían pasado muchos años desde que aquella mujer la miró a los ojos, y tras esbozar una tierna sonrisa exclamó: ¡Me la llevo!
Sí, mucho tiempo pero aún podía recordar con claridad a la pequeña Clara sentada en su regazo calzándose las botas los días de lluvia. Y al abuelo Matías, que siempre descansaba unos minutos cuando regresaba del paseo. Un día de verano estuvo cerca de una hora. Luego desapareció por esas escaleras. Nunca más lo volvió a ver.
Salí a la calle, a paso lento y me planté frente a ella al tiempo que me inclinaba levemente y la cogía en brazos.
-Vaaamos...que no nos comemos a nadie. ¡Te vamos a poner bien guapa!
Y entramos al taller, como una pareja de recién casados en su luna de miel.
* * * * *
El esterillado francés ya se había roto. A diferencia de la rejilla industrial, esta técnica es artesana y el cosido del enrejado se hace manualmente. Tira a tira. Éste sofá supondría un mínimo de 12 horas.Y aunque, como en todo lo artesano no se cobra lo que debiere, requiere de un esfuerzo económico mayor que la propuesta del tapicero.
Así que al cliente le gustó la idea de hacerle el invento del tebeo y tapizarla.
Como no queríamos cubrir la madera vista, y la zona rebajada donde se ataba el esterillado no podía resistir un cinchado, se decidió cortar dos maderas y tapizarlas.
Primero sacamos unas plantillas de cartón. Son casi iguales, pero esquadran distinto, ya veremos como engañamos a la raya. Esto lo digo porque al ser diferentes las piezas, si le damos continuidad al dibujo las rayas morirán en zonas distintas, y el ojo eso lo ve muy rápido. Por eso usamos ese término de engañar. Torceremos un pelín las rayas para que a la vista se vea un acabado simétrico.
Y luego el DM cortado.
Y tras ponerle tres centímetros de espuma, las tapizamos...
Hummm...no me gusta. Queda demasiado elevada, demasiado cuadrada....
¡a destapizar....!!!
Así que la espuma la encolamos de esta forma, como ya hemos visto alguna vez, encolando el canto al filo del tablero.
Así conseguimos algo más parecido a un biselado.
Además de un canto muy limpio. Si la tela fuera fina, para cubrir las imperfecciones pondríamos una guata finita, pero en este caso, no hace falta.
Y las volvemos a tapizar...que no se diga.
Rematada con un vivo cosido y posteriormente clavado en la madera.
Aquí vemos como las rayas casan, no de forma milimétrica, pues hay que ir jugando para no torcerlas demasiado, y que el ojo crítico lo vea.
Aquí vemos como las rayas casan, no de forma milimétrica, pues hay que ir jugando para no torcerlas demasiado, y que el ojo crítico lo vea.
* * * * *
Abrió los ojos, desorientada, para descubrir su nuevo colorido, ese acolchado de rayas moradas y lilas, en forma de código binario, de unos y ceros.
Se asomó a la puerta, donde la luz mortecina de la tarde lluviosa la fue despertando, sintiéndose sorprendida de no formar parte de un armario, ni sentir el abrasivo calor del fuego.
Parecía feliz, aún con aptitud extraña frente a ese cambio inesperado, tal vez un tanto dolida porque nadie le había pedido su opinión.
Sólo pasaron unos minutos para verla sonreir, recuperada, emocionada, impaciente. Intentando por su propio pie realizar el camino de vuelta a casa.
PD: Últimamente no puedo contestar a vuestros comentarios. Pero no dejéis de hacerlo. Son la prueba de que hay alguien al otro lado.Y me encanta leerlos. Muchísimas gracias, queridos lectores.