domingo, 31 de marzo de 2013

Blanco y negro, el final del invierno


Hola a tod@s. Hoy les muestro una pareja de sillas que empiezan a oler a añejo, desafiando al paso del tiempo con cierta soltura, desde su humilde rincón, sabiéndose lóngevas siempre que los herederos de sus constructores les hagan una puesta a punto cada cierto tiempo.
Así los tapiceros, como los cirujanos en las personas regeneramos sus órganos vitales y les cambiamos la piel, y junto a los traumatólogos, a los ebanistas y los barnizadores, a los restauradores de muebles creamos una especie de fuente de la juventud eterna que si no es infinita, sí puede alargar su esperanza de vida varias generaciones humanas.


El cliente nombró varias veces la palabra vintage, que cada día tengo más presente, mientras ojeaba telas... Le presté unos cuantos muestrarios a su elección, con la esperanza de ver a estas maduritas  a todo color.




No fue así, y las muestras volvieron al taller para seguir escondiendo su colorido en los estantes, mostrándose tímidamente en las perchas, esperando tener una nueva oportunidad en Primavera.







Ellas se fueron satisfechas, contentas con su nuevo traje. Yo me limité a hacer mi trabajo lo mejor que pude, como siempre, pero mi anhelo colorista me dejó con una sensación amarga.




Quizás es que el invierno es muy largo, y uno ya tiene carencia de la vitamina del color.










Música pra tu salón IX: Joe Cocker.With a little help from my friends


Hoy les invito a volver al verano del amor, a recordar el festival por excelencia de la explosión del rock, a los tiempos en que la juventud estuvo cerca de cambiar el mundo.
Whith a little help from my friends es un tema original de los Beatles que Cocker hace suyo como pocos intérpretes saben hacer.
Y como no podía ser de otra manera, la presento en esta memorable actuación en crudo, sin coros femeninos, desgarradora y eléctrica, en el mejor escenario posible: El festival de Woodstock.

Disfrútenla.





Aquí les dejo el original, para que saquen ustedes sus propias conclusiones.



Un saludo a tod@s.


jueves, 28 de marzo de 2013

La telefonera

 ¿Es el enemigo?
¡Que se ponga!
Que no puede ponerse... que está ocupado...
Bueno pues dígale que ya podemos seguir la guerra, que ya hemos desatrancao la cabeza del sargento de la boca del cañón.
Sí.
Bueno entera no, las orejas se han quedado dentro y no las podemos sacar. Hemos pensado que disparando salen, fijo.
Pues ya no oía mucho , el hombre. Así que no se le ve muy afectado.
Sí. Jua jua jua...
Si acaso nos las envían cuando lleguen ¿eh? Sí. Y la bala también, que es nuestra.. muy bien.. muy amable señorita telefonera...
Ah, que no es telefonera...que es telefonista...ya...
Que la telefonera es un mueble para hablar por teléfono... que puede ser un sofá. Hombre pues uno de esos a mí no me iría mal...porque soy el único tonto que está aquí de pie...claro ahora entiendo porque se ríen todos constantemente...


Esto podría haber dicho el gran Gila al descubrir tan curioso mueble. Yo lo desconocía hasta hace unos años cuando cayó uno en mis manos, y hubo que tapizarlo a rayas. Aún conservo una foto, aunque le faltan los cajones, que los dejé en la casa por comodidad.




 Aunque su valor práctico ya no tiene sentido con la invasión celular, siguen siendo piezas con encanto y un aire romántico. Nos recuerdan que hubo un día en que los teléfonos no se movían, que precisaban de un listín escrito adjunto, que había que trazar un círculo con el dedo en cada número, y esperar a que la rueda volviera a su posición. Todo con un tempo que había que respetar. Y ese sonido tan peculiar. No existían las llamadas perdidas ni los contestadores y siempre sufríamos la incertidumbre de no saber a quien encontraríamos al otro lado del hilo.





 Así que el sofá telefonera sucumbió al cambiar de los tiempos y a esta locura de las ondas, que entre telefonía y wifi bombardean nuestros cuerpos. Y esos gremlins cenados y bañados que viven en nuestras mejillas y duermen en nuestros bolsillos. Que nos permiten hablar con personas que no nos ofrecen toda su atención, así como nosotros aprovechamos para limarnos las uñas, hacer la cena o navegar por la red. Y le llamamos comunicación. Esos golosos gremlins que nos permiten hacer el ridículo en el tren sustituyendo el hilo musical por una exhibición de mal gusto y peor criterio auditivo, mientras ponemos cara de zombie y nos preguntamos porque nos mira todo el mundo.
Con su hablar insolente intentan siempre abortar una conversación interesante, un momento especial, detener un coche o sacarnos de la piscina. Y nos apresuramos en atenderlo, como si después del politono no hubiera vida.




Y ya que me he atrevido a emular al maestro del humor, les dejo con un vídeo para que se echen unas risillas, que falta nos hace...
-Ay, tengo que dejarles, que me están llamando... un salud...TUTU TUTU TUTU

miércoles, 20 de marzo de 2013

El diván de Freud.

Hola. Ya me disculparán el populismo del título, pero esta pieza de principios de siglo como mínimo fue contemporánea a Sigmund Freud. Y quien sabe si testigo de alguna experimentación del psicoanálisis. Su actual dueña se dedica a la psicología, aunque ella es portuguesa. Así que parece que los primeros indicios no apuntan hacia mi teoría.
                    

Aunque si así fuera no le quitaría ni un ápice de elegancia ni belleza a este mueble, que dignificó el taller por unos días.







Al destapizarla descubrí la madera, y me recordó a esas sillas centenarias. Y pensé: Esto tiene más años que el chupete de la abuela. Ya veremos que nos encontramos...


Encolamos las patas y las maderas interiores rotas, y le aplicamos reparador al barnizado. Esto simplemente es un detalle, como cuando llevas el coche al mecánico y te lo devuelve aspirado.




Como me temía la arpillera estaba rota, deshecha, y quedaba muy poco para que la crin empezara a caer, muelles abajo. De hecho ya estaba ocurriendo. El atado superior necesitaba unos arreglos.
No había más remedio que intervenir, con una operación a muelle abierto.



Se cinchó con yute con su consecuente atado de muelles y se sustituyeron las cuerdas rotas o en mal estado.


El respaldo hubo que reconstruirlo entero.



Sobre la nueva arpillera se vuelve a colocar la coca, se ata el burlete, y abrimos la crin para que vuelva a quedar esponjosa.





En los acabados cambiamos el galón por un vivo, y la costura en la esquina por unos pliegues de corbata, que a mi entender le dan un valor añadido, un toque de distinción, como un detalle elegante que la hace más encantadora, si cabe.





Y tras regresarla a casa, la volvimos a colocar sobre el suelo blanco. María se sentó.

-¡Madre mía, qué diferencia!-espetó mientras rebotaba una y otra vez sobre los muelles recuperados.
-Y pensar que los querías cambiar por espuma...
-Tras exhalar aire con un ademán de alivio, ella sonrió....



























domingo, 10 de marzo de 2013

El asiento de la Sanglas

Aquel hombre de pelo blanco y aspecto de jubilado feliz entró por la puerta, y ante mi negativa al preguntar por mi padre, se acercó al tablero.
-Este es un asiento de una Sanglas. Pero el que lo hizo no era un profesional.
-Tampoco está tan mal-pensé.
-Esto hacía aquí una forma, un escalón, ¿lo ves?
-Bueno, o lo que queda de él-pensé. Estos asientos son metálicos, y no se puede usar grapas. El tapizado hay que encolarlo, y apuntarlo con unas puntas metálicas que contiene el armazón. Y para hacerlo sin costuras hay que estirar de lo lindo...vamos que es más difícil tapizarlo así de una pieza que hacerlo de la forma correcta.



Pues habría que hacerlo en varias piezas, y podemos realzar esa pendiente haciéndole un pico en el lateral, y arriba engañarle un poco la costura hacia atrás para conseguir mayor altura en la pendiente. Así: Y comencé a dibujarle líneas.
-¡Eso, eso decía yo...!-exclamó tras dibujar una sonrisa.
-¿Va bien así de pronunciada?
- Así está cojonudo.



-¿Qué moto me ha dicho que era?- le pregunté.
-Una Sanglas. Yo me dedico a restaurarlas. Son hechas aquí en Barcelona. Antes la guardia civil y la cruz roja llevaban todos estas motos. Por cierto, habría que cambiar el embellecedor de la cerradura.
-Uy, pues eso si que no voy a tener...¡anda!¡pero si es un ollao! Parece que vamos a tener suerte...sí, los tengo iguales.
Pues venga, elíjame el género y lo ponemos en marcha.
-Me gustaría uno que fuera rugoso.
-¿Rugoso?...

Empezamos cortando las piezas que nos servirían de plantilla. Luego hay que rectificarlas un poco, ya que la piel está deformada y estirada. Hay que compensar esas deformaciones y buscar la simetría.



Cortamos las piezas y las cosemos. Primero el sobre, y después los laterales. La costura de carga o recargada se cose por el lado superior,  para que el agua no se cuele por las costuras.


El material era muy rígido, y coser esas cargas ya me dejó los tendones bien castigados.


Además el frío lo hace más intratable, así que lo calentamos con este bonito secador vintage para hacerlo más dócil.


Estas son las puntas antes mencionadas, que hacen de grapas. Mucho cuidadín con pincharse, que ya ven la pinta que tienen...



Muchas veces la polipiel no se lleva bien con la cola de impacto, porque los plastificantes no dejan secar la cola, y se queda tierna para siempre. Cuanto más grueso sea el soporte, menos posibilidades hay de que nos ocurra esa reacción.




Un tute y medio despues de estira y afloja, el asiento quedó listo para volver a salir a la carretera. 
Con su ollao nuevo y resplandeciente.





Un saludo a tod@s.

Música para tu salón VIII: Salvador Bacarisse. Romanza

Hola a tod@s.
Hoy continuamos con música española, pero nos vamos de Sevilla a Madrid, y entramos en el fascinante mundo de la clásica, en la que este país tiene una importante aportación con ejemplos como Granados, Falla o Albeniz...
Salvador Bacarisse fue miembro del Grupo de los Ocho, que combatía contra el conservadurismo musical. Y fue exiliado en París al oponerse al régimen franquista, luchando desde el bando comunista intelectual. Vamos, un tipo que, dentro de sus ideales, luchaba por cambiar las cosas.

Este movimiento llamado Romanza, es simplemente maravilloso. Con una gran carga nostálgica (imagino que producto de su exilio), esta pieza neoromantica cabalga por el mismo sendero que el concierto de Aranjuez, con un toque genuino español. Nos recuerda a nuestra tierra, más allá de patrias o estados. Nuestros campos, nuestros paisajes. Nuestra gente.

El gran Salvador nos dejó su legado, su regalo eterno a la humanidad. Y como colofón a su obra, estos cinco minutos de gloria, que bien merecen una audición.
Concertino para guitarra y orquesta en la menor. Romanza.
Que lo disfruten.



lunes, 4 de marzo de 2013

El bosque que no se dejaba tapizar




Hola a tod@s. Este año la nieve ha vuelto a bajar al Mediterráneo, y empieza a ser costumbre últimamente. Esta vez más como el tímido coletazo de un invierno poco severo, pero ha sido suficiente  para poder volver a ver mi entorno forrado de blanco, y volver a sentirme niño, esperando esos copos como agua de mayo, como si fueran un buen presagio, como si su blanco puro pudiera limpiar este mundo, y no solo ocultarlo.


Y es que si observamos la naturaleza podemos encontrar ejemplos de cualquier progreso humano. En realidad, antes que al primer cavernícola se le ocurriera colocar una piel sobre un lecho de hierba, la naturaleza ya tapizaba. Así, sin costuras ni pasamanería, cayó la nieve, dejando un tapizado efímero, que fue desapareciendo en las primeras luces de la tarde.






Esa mañana cogí la Beeper helada, para ir a buscar unos menesteres.





 A la vuelta, el sol empezaba a aparecer atravesando la bruma, y el gélido suelo humeaba por el contraste térmico.





Al pasar junto al bosque  observé un extraño fenómeno. Detuve el coche y me adentré en él.
Y pude comprobar, maravillado, que bajo los árboles seguía nevando, horas después de caer el último copo.

























Las copas ondeaban al viento, y dejaban caer la nieve, y esta caía sobre la tierra, sobre las hojas y la hierba, sobre las piedras, sobre la madera muerta. Formando una orquesta de miles de notas, con vientos y percusión, en una melodía arbitraria pero extrañamente armónica. El bosque estaba bailando, como un ente único, y un sentimiento de alegría me sacudió de arriba a abajo. Y me sentí especialmente vivo.








Y allí me quedé, dejándome mojar bajo el frío, como espectador de lujo de una manifestación de la naturaleza. Escuchando a ese bosque rebelde que no se dejaba tapizar.